lunes, 25 de mayo de 2009

El habito de cesar castellanos de especular con la biblia

El hábito de César Castellanos de especular con la Biblia
Se puede especular con la Biblia? Por “especular” se entiende “perderse en sutilezas o hipótesis sin base real”. El hermeneuta bíblico, para poder ser merecedor de tan distinguido título, debe ser portador, por obligación sagrada, de una fuerte dotación de honestidad. Nadie debe tener la audacia de abrir las páginas sagradas para manejar a su conveniencia algún pasaje de la misma. Sea pastor, maestro de Escuela Dominical, maestro de escuela bíblica, escritor, teólogo, o evangelista, no puede tergiversar ni el más corto de los textos bíblicos con la intención de darle base a sus creaciones doctrinales. Tanto la especulación como la conjetura no tienen lugar dentro de los campos de la hermenéutica y la exégesis.
Al hablar de la conjetura, no nos referimos a teorías diversas respecto al significado de algún pasaje oscuro, difícil de interpretar. Lo que deseamos afirmar de la manera más categórica y enérgica posibles es que no se pueden ni se deben elaborar espejismos interpretativos porque uno desea inventar alguna nueva doctrina o defender algo que encaje en el esquema de sus ideas.
El texto bíblico no está al servicio de quienes desean gestar una nueva doctrina, ni mucho menos para darle génesis a una nueva religión. Es común oír en círculos apologéticos los términos “denominación”, “secta” y “culto”. Pero mucho de lo que se considera “secta” o “culto” no son otra cosa más que nuevas religiones con brochazos bíblicos. La fuente a la cual todas convergen es la Biblia: distorsionándola, conjeturando con ella, especulando, negándola, añadiéndole, alegorizando lo que es objetivo y concreto, espiritualizando lo que es realidad material, actualizando lo que es futurista, y haciendo futurista lo que es contemporáneo. Nadie debe sorprenderse de que la Biblia es el libro de donde han salido más sectas, cultos, herejías y religiones heterodoxas.
Si existen dos mil años de trayectoria interpretativa de la Biblia, si desde el tiempo de los Apóstoles, los Padres Apostólicos, los obispos que inquietos convocaron los concilios ecuménicos para determinar con claridad la fe de la Iglesia, sus eruditos que nos legaron una enorme cantidad de obras teológicas, si todo este esfuerzo académico y espiritual se ha venido perpetuando como la espina dorsal de la Iglesia durante sus dos milenios de existencia, ¿por qué es que cada vez que surge un nuevo movimiento heterodoxo dentro de la Iglesia cristiana, tiene que haber un desprecio intencional y altivo a todo el esfuerzo glorioso que se ha mencionado para darle prioridad a sus supuestas nuevas “revelaciones”?
Ya se hizo referencia en un número anterior a María Baker G. Hedí, fundadora de la Ciencia Cristiana; José Smith, fundador de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días; Guillermo Miller, fundador de la Iglesia Adventista del Séptimo Día; Carlos Taze Russell, fundador de Los Testigos de Jehová; Sun Myung Moon, fundador de la Iglesia Unificada. Todas estas personas surgieron en los siglos XIX y XX. Pero podemos hacer referencia también a los heresiarcas (autores de herejías) de los primeros diecisiete siglos de la historia de la Iglesia y constatar que las similitudes entre todos ellos son idénticas.
Todos ellos han portado, entre otros banderines, el de la irrebatible pretensión de introducir en la Iglesia nuevas doctrinas, nuevas revelaciones, nuevas estrategias, nuevos métodos, y ¡por supuesto!, reestablecer, si no fundar, la tan mencionada “iglesia verdadera”. Sucede lo que en cierto país sudamericano ocurrió hace muchos años. La denominación Iglesia de Dios sufrió una división, y los que se separaron fundaron otra denominación con el nombre La Iglesia de Dios; estos también sufrieron una división, y los que se apartaron denominaron su grupo La Verdadera Iglesia de Dios.
César y Claudia Castellanos no difieren en nada a los heresiarcas que se han estado mencionando. Aún más, el arsenal de ellos es mucho más surtido que el de otros heresiarcas. En todo caso, las características de todos ellos son similares. Citaremos únicamente dos de ellas.
Una: En todo movimiento herético la deshonestidad interpretativa de la Biblia es un gen predominante. Tan simple como esto: Si hay honestidad en el quehacer hermenéutico, no pueden haber aberraciones doctrinales.
La honestidad propulsa al hermeneuta a consultar las mejores y más respetadas fuentes interpretativas de la Biblia; a asesorarse con aquellos expositores bíblicos que han establecido su reputación de doctos a través de prolongados años de estudio, conocimiento de las Escrituras, servicio a Dios, y transparencia espiritual.
El heresiarca rechaza los esfuerzos de los tales por la sencilla razón de que lo único que le importa es empujar sus novedades a como de lugar. El trabajo de los teólogos es un fenomenal estorbo para él.
Dos: En todo grupo herético el protagonista se escuda con el broquel de una visión que le da génesis y continuidad a su movimiento.
Este es el caso de losCastellanos con el agravante de que sus visiones yrevelaciones son numerosísimas. Como no hay forma enque su movimiento tenga fuerza siguiendo lainterpretación tradicional de la Biblia, sus doctrinasclásicas, su himnología, liturgia tradicional, y sistemasorganizativos y administrativos, les ha sidoimprescindible recurrir a las supuestas 1) visiones, 2)revelaciones, 3) conversaciones con Dios el Padre, 4) conel Espíritu Santo, 5) con nuestro Señor Jesucristo, 6)sueños, 7) experiencias extracorpóreas, 8) apariciones deángeles, 9) profecías de personas que se han autoconstituidoprofetas y profetisas, 10) conjeturas, 11)atropellos despiadados a la Biblia, 12) tergiversación delos hechos, 13) testimonios de supuestas experiencias,14) milagrería, y 15) crasas mentiras.
Como es clarísimo, todas las bases son exageradamente subjetivas. No hay un solo punto de apoyo que sea concreto. No hay bases bíblicas, ni respaldo en una sana teología. El sentido común le grita a uno que en las profesiones del mundo secular no se consentiría ni una milésima parte de lo que los Castellanos han impuesto en el ámbito religioso.
¿Qué le sucedería a un médico, a un arquitecto, a un ingeniero, a un abogado, a un físico, a un químico, si aplicara en su profesión los procedimientos que implementan en el mundo religioso los Castellanos? Si se les pregunta a los eruditos bíblicos más renombrados del mundo, los profesores de Biblia de los seminarios más respetados, qué piensan de las enseñanzas castellanas, el rechazo de ellas será unánime e inmediato.
Por testimonio del mismo Castellanos, la organización tradicional de la iglesia para él es algo anticuado; la liturgia tradicional es obsoleta; los coros con sus batas tradicionales, son un estorbo; los himnos clásicos y tradicionales del cristianismo, carecen de actualidad; los departamentos que fueron esenciales en toda iglesia, como la Escuela Dominical, Caballeros, Damas, Jóvenes, son improductivos; los cuerpos de consejeros (consistorio, diáconos, ancianos) del pastor, están pasados de moda; los seminarios bíblicos tradicionales con su currículo universal, son inaplicables a las necesidades del momento. Como dijo uno de sus serviles seguidores:
“Lo único que produce la Escuela Dominical es legalismo…Fui al seminario y obtuve una Maestría en Divinidades, pero de nada me ha servido… Soy hijo de pastor, y nieto de pastor, pero hasta que conocí el movimiento de Castellanos, conocí la verdad.”
Todo esto quiere decir que el movimiento de Castellanos es una nueva religión, un sistema completamente nuevo, en el cual se cambia desde la teología hasta el atuendo de los vocalistas.
¿Cómo es que los Castellanos defienden todos estos cambios? Argumentando que siguen visiones que Dios les ha dado. Pero el problema es que las susodichas visiones chocan frontal y estrepitosamente con la Biblia. Por lo tanto, las alternativas para camuflar la divergencia es ignorar la Biblia, tergiversarla, especular con ella, conjeturar, afirmar que los originales (sin saber ni una pizca de los idiomas bíblicos) dicen algo diferente, valerse de experiencias y testimonios cuestionables para darle un sesgo distinto al texto bíblico, ¡ah!, y lo que nunca falta, que remolca hasta el fastidio, ¡hondear el pabellón harapiento de la milagrería! ¿Pabellón… o andrajo?

H.A.

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